lunes, 20 de agosto de 2012

Qué es lo que más me fascina de escribir una novela

Buenas a todos los Nocturnos.
Os voy a explicar qué es lo que más me gusta a la hora de escribir una novela:
pues es toda la parte de investigación y de configuración de los personajes.
Respecto a Mortal Love en concreto, me encantó averiguar los trapos sucios, costumbres, y secretos de los vampiros, como los diferentes artilugios mágicos, el hecho que no respiran ni les late el corazón, y lo del Virus, bestial, me encantó la idea.

De los personajes, mi preferida sin duda es Anne, pero Arthur también me tiene fascinada, me encanta el hecho que está entre los vivos y los muertos, su caracter asocial y su implacable firmeza. Digno de escribir un libro enterito para él.

domingo, 24 de junio de 2012


Capítulo 1:

La presa todavía con vida se sacudía entre sus brazos, Anne le miraba y sonreía disfrutando el momento. La boca se le hacía agua, le gustaba mirar cómo los vivos tomaban conciencia de la proximidad de la muerte: unos desconcertados ojos grises reflejaban su triunfo. Ella lamió su mejilla y le susurró al oído: Tranquilo, pronto te sentirás bien, te va a gustar, será lo mejor que hayas hecho en tu vida.
La noche resurgía de nuevo para darle la vida, como tantos años atrás. La negra inmensidad en la que se sentía segura y tranquila, dispuesta a matar para alimentarse. Tenía sed, como cada noche, sed de muerte. Vislumbraba la calidez del líquido de la vida, el sabor en su boca antaño metálico y desagradable, ahora dulce: con él venía la saciedad y una sensación indescriptible con cierta connotación orgásmica que fluía del cuerpo todavía caliente, vivo, deslizándose hacia el suyo, sediento y salvaje, dispuesto a recibir.
Bebió todo lo que pudo, su presa se desvanecía entre sus brazos. Había mostrado poca resistencia, el joven sucumbió a los encantos de Anne, nombre angelical digno de su aspecto. En vida siempre se vanagloriaba de parecer alguien con menos edad y bromeando, lo achacaba a un pacto que había hecho con el diablo para mantenerse joven: con el paso de los años aumentaba la diferencia de la edad asemejada a la real. Eso le gustaba, ni la maternidad la había envejecido: tez blanca, ahora con cierto aire pétreo, como el de una estatua. Su pelo del color del fuego, largo y ligeramente ondulado, unos grandes ojos negros, profundos, vacíos y salvajes le conferían un aspecto irresistible tanto para hombres como para mujeres que le facilitaban la supervivencia. Siendo humana había tenido formas sinuosas, caderas y pechos bonitos. Ahora era delgada y fibrada: la sangre tiene cero calorías, totalmente light, como droga directa al cerebro. Nunca pensó que su sorna se haría realidad y se mantendría joven para siempre, o para mucho tiempo, se había convertido en una criatura de la oscuridad, discípula del diablo. Los días pasaban todos iguales, únicamente los llenaba de instintos básicos: cazar, alimentarse, protegerse y descansar.
Cada vez se alejaba más de la civilización y de sus recuerdos. Generalmente descansaba en la montaña de Montjuïc, en el parque de atracciones abandonado, oculta durante las horas de sol en una caseta en ruinas con un sótano donde todavía quedaban restos de la maquinaria de lo que antes había sido la noria. Estaba tan sólo a tres kilómetros del barrio gótico, lugar a dónde ella solía ir a menudo, zona muy concurrida por los turistas. Nunca había querido alejarse demasiado, algo la unía a ese lugar aunque no sabía qué era y a los pocos meses de estar lejos, sentía la necesidad de regresar.
Los turistas vislumbraban restos del parque desde el aire, viajando en las cabinas del funicular que acababa en el Castillo de Montjuïc, ajenos al mortal habitante del parque abandonado  décadas atrás.


No recordaba quién había sido en vida, hacía ya demasiado tiempo y tampoco le importaba. Le gustaba estar sola, lo necesitaba. Le había costado adaptarse a su nueva condición de vampiro pero ahora estaba en su salsa, integrada en la naturaleza, como un animal. Fiel a sus instintos y sin remordimientos. Mataba personas igual que podría haber matado animales, simplemente para alimentarse, para Anne no había diferencia. Con el tiempo había nacido en ella un instinto asesino, básico y fundamentado en una necesidad primaria que iba creciendo: la voracidad por matar, realmente disfrutaba con ello, más que con el sexo. Cuando mordía, una sensación de poder la invadía y en ese momento sólo existían ella y su presa que se le entregaba sin poder ni querer evitarlo, hipnotizada y atraída por lo desconocido, bello y salvaje, representado por Anne.
No era necesario matar cada noche, habría acabado con gran parte de la ciudad en pocas semanas, y solía recorrer también otras poblaciones para que las muertes no resultaran sospechosas. Sin embargo había noches en que se bebía a varias personas, tratando de calmar la sed insaciable y sólo así podía mantener el ayuno durante varios días después sin hacer peligrar su salud.

Le gustaba hacer autostop en medio de la oscuridad. En cuanto paraba un vehículo, ella mostraba su sonrisa embriagadora y todo resultaba fácil, a pedir de boca. A veces pasaban horas hasta que se alimentaba: disfrutaba con la compañía de su presa, le hacía reír, se insinuaba con timidez para hacer crecer el ego masculino. Esa táctica nunca le fallaba.
Aquella noche paró un coche que transportaba a un grupo de jóvenes: dos chicos y una chica. Ésta última, desde el asiento del copiloto, la miró con desconfianza. Había que reconocer que resultaba extraño ver a alguien en medio de la carretera, y ella no escondió sus sentimientos: el retrovisor mostró el reflejo de la chica frunciendo el ceño, incluso había un amago de desdén en su mirada. A Anne, este detalle no le pasó desapercibido, tampoco le preocupó lo más mínimo. Conocía bien el comportamiento humano y sabía que iba a tener a los chicos de su lado y posteriormente ella también caería en sus redes, los adolescentes eran muy fáciles de manipular.
No se equivocó, los chicos, todos veinteañeros, insistieron en recogerla. Anne se acomodó en la parte trasera con uno de ellos, David. Éste pensó que había cambiado su suerte después de tener que sentarse solo atrás, desde donde había observado sin cesar a su amiga, su amor platónico. Mejor, pensó, esta chica es más guapa, ¡que le den a Clara!
Anne adivinó sus pensamientos y sonrió tímidamente al chico moreno con ojos claros que tenía al lado.
Recorrían el tortuoso camino próximo a la costa de las curvas de la C-31 entre Vallcarca y el Garraf. Por lo que la velocidad del vehículo era algo reducida para evitar los acantilados que desembocaban directos en el mar.
― ¿Qué haces aquí sola en plena noche? ¿Se te ha averiado el coche? ¿Te has despeñado por las curvas?
Anne se inventó sin dudar una historia factible. Siempre había sido buena mentirosa; cuando creía en la causa, mentía sin piedad y como sabía que sus nuevos compañeros iban a morir en pocas horas, todavía le resultaba más fácil.
― Bueno, me da vergüenza explicarlo… ― Comenzó diciendo. ― Iba con mi novio en su coche y discutimos por una tontería, él se enfadó, paró el coche, salió, se dirigió a mi puerta y después de abrirla, me pidió que saliera inmediatamente y acto seguido se fue, así sin más.
Anne aprovechó la fuerza centrípeta de la curva para arrimarse a su nuevo compañero y se mantuvo ahí, a su vera, disfrutando del olor que éste desprendía, un olor fresco de juventud. Su cuerpo emanaba calor: estaba vivo. Anne tuvo un escalofrío debido a la excitación, el chico la abrazó preguntándole si tenía frío, la tocó y le extrañó que su piel estuviera helada, pero sin sospechar nada raro, pensó que era debido a que llevaba horas sola en la carretera, vestida simplemente con un traje ligero y un chal por abrigo, cuando debía haber  unos ocho centígrados, una temperatura propia del final del otoño. David le comentó:
― Ni siquiera te dejó un abrigo… menudo novio, espero que no se te ocurra volver con él.
Ella levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. A veces tenía una necesidad fugaz de sentirse acompañada y protegida. La cara de Anne se tiñó de nostalgia, algún recuerdo se le agolpaba en la mente proveniente del subconsciente sin mostrarse del todo. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el conductor, Franc, a quien no le había prestado atención hasta entonces:
― ¿Por qué discutíais? Debe de ser gordo, para dejarte tirada…
― Ya he dicho que no era importante. ― Dijo Anne dejando ver el poco interés que tenía en el tema.
― Venga, lo queremos saber.
― No insistas, no lo quiere explicar. ― Le cortó David defendiéndola.
― Pues lo voy a adivinar: seguro que te pidió que le hicieras alguna guarrada y tú te negaste.
Anne le miró fingiendo molestarse pero divertida por haber encontrado una presa algo agresiva y picante. Seguro que su sangre tenía un sabor más intenso que la de David.
― Claro, has acertado. ― Le dijo en tono ácido. ― Es eso en lo que pensáis la mayoría de los chicos todo el tiempo. Si tan listo eres, ¿Por qué preguntas?

Clara, la única integrante femenina del grupo habló por primera vez. Llevaba el cabello corto y castaño, no era especialmente guapa pero tenía un atractivo natural que la hacía interesante visualmente. La defendió no sólo porque consideraba que Franc no tenía derecho a hablarle de ese modo, sino porque ella misma se había encontrado en esa situación meses atrás con el conductor del vehículo. Tenía un carácter algo desagradable ante las desconocidas, siempre quería destacar buscando la provocación. Era una clara muestra de inseguridad y generalmente esa reacción la enternecía, pero en ese momento percibió el interés por la chica y sintió una punzada de celos. Realmente era muy guapa, como de otro mundo, pensó.
Franc ajustó el retrovisor y todo el mundo se dio cuenta de que se proponía enfocar a la nueva pasajera. Hubo un largo rato de silencio que Anne aprovechó para fraguar su matanza, ¿quién moriría primero? Pensó que debía de ser David, que era un encanto pero lo tenía muy a mano y olía fenomenal, luego la chica y por último el sinvergüenza del conductor. Jugaría con él un buen rato antes de matarle, era el que le resultaba más interesante. Se iba a divertir a su costa.
Anne se arrimó a David, levantó la cara, tenía tan cerca sus labios que podía notar la respiración acompasada en su boca. Un par de centímetros y lo estaría besando. El chico no parecía quejarse, sorprendido por su atrevimiento pero encantado a la vez, se alegró pensando que esa noche iba a tener un buen plan. Realmente Anne le atraía, notaba un magnetismo especial y salvaje, algo que le impedía separarse de ella. Parecía tan frágil…, pensó que le gustaría ser su pareja, salir con ella y conocerla. El episodio del novio cabrón lo colocaba con ventaja ante la chica: sería su salvador, el encanto personificado. ¡Qué equivocado estaba!
Anne le rozó la mejilla con sus labios, lo olió con avidez y él emitió un gemido casi imperceptible. La excitación de ambos creció por momentos. Franc hizo un comentario, algo molesto, pero no obtuvo respuesta; lo ignoraron por completo. Clara pareció sorprendida e incómoda al ver lo pronto que se estaban besando aquellos de atrás. A ella le gustaba David, pero la timidez de él y su poca iniciativa habían hecho que todavía no se hubiera decidido a dejar a Franc. Pensó en lo tonta que había sido y lo fácil que parecía para esa chica insinuarse a alguien, en pocos minutos había hecho más con David que ella en meses.
Anne se acercó hacia la oreja del chico y la mordisqueó suavemente, con pasión, frenando la excitación que resurgía en ella de atacar el cuello directamente. Tenía que hacerlo poco a poco porque no podía levantar sospechas entre los dos de delante; no quería provocar un accidente con el coche y perder a alguna de sus víctimas antes de saborearla.
El chico cerró los ojos y giró la cabeza buscando sus labios. Ella se los ofreció: suaves, carnosos. Se besaron larga y profundamente haciendo caso omiso de los otros ocupantes del vehículo, sumidos en una pasión mortal. Los labios de Anne eran húmedos, como si hubiera acabado de beber, frescos y dulces. David perdió la noción del tiempo encandilado por ella. Era ya demasiado tarde: la humedad provenía de su propia sangre, pero él no se daba cuenta. El mordisco era suave, tierno, y sólo había hecho que comenzar. Sintió que estaba totalmente enamorado de aquella chica a la que acababa de conocer y de la que nunca se podría separar.

Anne le rozó el torso con su mano, después de mantenerla un tiempo fuera de la ropa acariciándole para adaptar la temperatura de su piel a la de él, para que no saltara al tocarle debido a la frialdad. En pocos momentos el chico estaría tan aturdido que ya no notaría la temperatura extrema de su mano. Ella le sacó suavemente la camisa por fuera del pantalón y acarició su cuerpo notando los músculos en tensión, pero sobretodo percibió el latido del corazón, en absoluto desbocado más propio del momento, sino tranquilo, aletargado debido al hipnotismo vampírico, a la pérdida de sangre y al veneno introducido en su cuerpo. Las caricias de ella se hicieron más suaves a medida que él se acercaba a la muerte. Anne bebía su sangre con avidez saboreando cada trago. El líquido mágico penetraba en su cuerpo dotando sus sentidos de fuerza y vitalidad. Era como una pequeña transformación en un ser más poderoso. Su propia sangre se mezclaba con la de la víctima. Por unos instantes podía llegar a sentir a través de él y, alternándose con esos potentes sentimientos, resurgía una conexión con lo humano. Sólo entonces podía rememorar y prácticamente convertirse durante décimas de segundo en la persona que había sido hacía más de cien años.
Ella metió su mano por el pantalón y desabrochó con agilidad los botones de los tejanos, un último orgasmo con la viuda negra, el mejor. Ella lo acarició, apoyó su torso a un lado del asiento en cuanto la sangre dejó de fluir con facilidad de la parte superior de su cuerpo. David yacía casi inconsciente, en trance, tenía varios litros de sangre menos y la realidad se le antojaba lejana; podrían haberle clavado un cuchillo y no se habría enterado. Anne dirigió sus labios hacia la parte inferior de su cuerpo, dispuesta a seguir bebiendo, lo chupó con ansia notando las palpitaciones en su lengua y la proximidad de la sangre, tras la fina piel de su miembro. No pudo aguantar más y la mordió con suavidad. Un enorme chorro desbocado fluyó hacia su garganta. Ella estaba tan próxima al clímax como él, que incluso inconsciente y moribundo, lo tuvo: gimió sordamente abriendo levemente la boca y soltando el último aliento.
Finalmente el corazón de David latió por última vez, sin apenas sangre de la que ocuparse, nada que bombear, trabajando en vacío. Anne bebió las últimas gotas de su cuerpo y se quedó unos instantes abrazada a él, aquellos momentos posteriores al asesinato nunca antes sentidos en vida, le hacían pensar en la suerte que tenía por ser como era, era algo innato de su actual condición. Se frotó la cara con su camisa para que los de delante no le vieran la sangre. Le parecía extraño que el olor de aquel líquido vital no les resultara sospechoso. Tan poco sensibles a la naturaleza, como cualquier humano, estaban callados mirando la carretera, aburridos de que sus quejas no tuvieran éxito, sin adivinar que su muerte estaba próxima.
Anne se quedó durante largos minutos pensando cómo iba a proceder con su próxima víctima mientras aprovechaba el poco calor que emanaba del cuerpo de David. Se le ocurrió que podría pedir que parasen el coche para orinar y llevarse a Clara consigo, igual ella también tenía ganas. Los vampiros no necesitan evacuar, la sangre se aprovecha íntegramente sin desperdicio y se consume para proporcionar energía debido a un microorganismo que habita en ella en simbiosis con el mismo vampiro pero que se convierte en un voraz devorador en contacto con el aire. El cuerpo de David comenzaba a tener un aspecto extraño y el olor a podredumbre se haría en poco tiempo demasiado intenso, tenía que actuar rápido.
― David se ha dormido, qué dulce. ― Dijo como si nada. Los chicos se giraron sin hacer ningún comentario. Ella prosiguió con su plan.
― Clara, necesito ir al baño y me da miedo la oscuridad, ¿Me puedes acompañar? No tardaremos nada.
― Por supuesto, yo también tengo ganas. ― Clara abrió la guantera y cogió un paquetito de kleenex. ― ¿Te importaría detener el coche un minuto, Franc? ― Dijo dirigiéndose al conductor.
― “Of course”, chicas, vosotras mandáis.
Las dos mujeres salieron del coche y caminaron hacia unos arbustos próximos. La noche era cerrada, así que Anne no tendría problemas. En cuanto Clara se hubo agachado, Anne la abrazó desde detrás y le susurró al oído unas palabras de tranquilidad.
― No temas, seguro que te gusta.
En pocos minutos se quedó en silencio y cayó muerta.

Todavía en el interior del vehículo, Franc se giró y miró a David. Le extrañó que con la excitante chica que había tenido a su lado se hubiera quedado dormido. Menudo gilipollas, dijo en voz alta, y le golpeó suavemente en el brazo. El cuerpo sin vida de David se giró dejando ver su extremada palidez y la herida del cuello. Franc gritó y se golpeó la cabeza con el techo, pero ya era tarde. Anne ya lo había agarrado desde fuera de la ventanilla y lo sacó sin problemas del vehículo, como si de una pluma se tratara. La cantidad de sangre fresca que llevaba en su cuerpo estaba surgiendo efecto, ahora era muy fuerte y poderosa, un arma mortal. Franc gritó sin creer del todo lo que estaba sucediendo, mirando asombrado la cara endemoniada de la vampira que le sujetaba en alto riendo sin piedad.
― ¿Qué, machote? ¿Y ahora qué me cuentas? Tus amigos ya están muertos, sólo quedas tú, mi último bocado. El mejor, puedes estar contento: te he reservado para el final.
― ¡Espera, no me mates! ― consiguió decir. ― Haré lo que quieras, seré tu siervo.
Franc lo supo más tarde: esas palabras le permitieron vivir unos días más. Anne todavía lo mantenía en alto, lo dejó en el suelo sin soltarlo y meditó. Pensándolo mejor no tenía ganas de conducir. Le mordió rápidamente el cuello para que quedara sometido a sus placeres hasta que ella se cansara y le robara toda la sangre.
― Sube al coche y coge el volante.
El chico obedeció sin dudarlo, carecía ya de voluntad propia: estaba envenenado por ella.



Capítulo 2:

No siempre que se alimentaba de alguien era porque le atraía sexualmente, sino más bien eran pocas las veces. Elegía a sus víctimas primordialmente por el olor de su cuerpo, no por su aspecto y eran dos factores que no tenían por qué ser ambos de su agrado; podía pasar que el aroma le resultara fuertemente atrayente y magnético, mientras que el aspecto no le dijera nada en absoluto. Entonces se limitaba a beber toda la sangre, sin más. Pero en caso de coincidir ambos factores en su favor, el clímax de su presa se transmitía con fuerza a través de su sangre y eso le provocaba una excitación indescriptible. Todo su cuerpo recibía las oleadas de placer de su víctima, la sangre fluía con fuerza, bombeada hacia el exterior de aquella, en busca de su garganta y pasaba a formar parte de sí misma, la penetraba con fuerza y la inundaba indomablemente. En la mayoría de casos llegaba a tal excitación que la sensación orgásmica de su víctima se encadenaba con la suya propia. Imposible sentir aquello siendo humana, había que adquirir algún otro tipo de vida para poder experimentarlo.
Al despuntar los primeros rayos del alba, el vehículo aparcó en el patio de un hotel de carretera cerca de Torredembarra. Quedaban apenas treinta kilómetros para llegar a la ciudad de Tarragona, pero era mejor permanecer ahí y retomar el viaje por la noche.
Anne esperó a que Franc gestionara el alojamiento en recepción antes de recorrer la corta distancia hasta el edificio tapada con una manta evitando así el sol. Los primeros rayos de la mañana eran igualmente mortales y podían producir quemaduras, era conveniente evitarlos.
Ya en la habitación, Anne permitió que Franc fuera a comer algo y se dispuso a tomar una ducha. Cerró las ventanas primero y acto seguido se metió en el baño. Estaba cansada, demasiada excitación nocturna. Permaneció bajo el agua caliente algo más de media hora, atemperando y preparando su cuerpo para el descanso.
Cuando Franc llegó, Anne dormía ya bajo las sábanas. Él la contempló hipnotizado y pensó que jamás amaría a nadie como a ella. Se tumbó a su lado observando cada milímetro de su piel durante largo tiempo, parecía tan delicada así. Recordaba todo lo sucedido la noche anterior pero lo asumía de una manera sorprendentemente natural. Ahora estaba con ella y estaba en paz. Con ese sentimiento se durmió él también.
A las pocas horas Franc se despertó asustado, había tenido una pesadilla pero no la podía recordar, una sensación helada le recorrió la columna vertebral des de la pelvis desembocando en los nervios del cráneo. Ella seguía a su lado, notaba algo extraño pero no atinaba a concretar qué era. Tras unos minutos lo comprendió, Anne no respiraba. No sabía qué hacer, ¿de qué habría muerto? Le tocó el brazo, estaba frío, pero eso era una condición normal en ella. Se acercó para mirarla más de cerca y en milésimas de segundo, una mano le agarró por el cuello: Anne se había incorporado tan rápido que no le había dado tiempo ni a enterarse de lo que estaba sucediendo. Franc balbuceó y extendió sus manos hacia ella, su boca se abría mostrando los colmillos prominentes y una expresión de enfado dominaba su cara.
― ¿Qué haces?
― Nada…, sólo te miraba ― Logró pronunciar él sin apenas aire que llevar a sus pulmones.
― Pues no me mires si no quieres que te coma, me pones nerviosa. ― Dijo aflojando la mano y dejando circular de nuevo el aire por su esófago hacia los pulmones.
― Me había asustado, no respirabas. ― Se excusó.
―.Estúpido, los vampiros no respiramos, estamos muertos. Sólo mantengo el movimiento reflejo para pasar inadvertida y poder cazar sin despertar sospechas.
Franc la miró, debía tener cuidado con lo que hacía, era alguien muy fuerte y un solo movimiento de más podía acabar con su vida.

Pocas horas antes del anochecer Anne despertó y contempló al chico que yacía a su lado, ahora se le antojaba encantador. Daba igual como fueran, siempre se enamoraban perdidamente de ella y se convertían en sumisos proveedores de sangre y de sexo. Acercó sus labios a su mejilla y lo olió: aun cuando estaba en calma el aroma de Franc era excitante, salvaje. Por eso se había quedado con él. Permanecerían juntos tan solo unos días, eso le facilitaría las cosas y luego lo mataría como a los demás. Una muerte lenta para una víctima totalmente entregada.
Franc comenzó a despertar al tiempo que ella lamía su mejilla, abrió los ojos y se quedó quieto contemplándola: era preciosa, espectacularmente bella, como de otro mundo. Labios rojos y carnosos, ojos profundos, nariz recta…; él en cambio tenía los rasgos muy marcados, era moreno con la boca demasiado grande, nariz pequeña y chata y ojos marrones, sin nada particularmente especial. Siempre se había considerado del montón en términos estrictos de belleza, aunque había que reconocer que, en conjunto, tenía una buena figura. Le gustaba el deporte y sus ancestros indígenas le había dejado un buen legado. Era alto, fuerte y fibrado. En ese momento la imagen de Anne sacándolo por la ventanilla del coche le vino a la mente. No entendía cómo había podido levantar noventa kilos con tanta facilidad si la chica debía pesar como mucho la mitad que él.
Ella le sonrió pacíficamente, como una niña. Se montó encima y extendió los brazos apoyándose sobre su pecho. Le susurró al oído palabras insinuantes mientras sujetaba sus manos por encima de la cabeza. Él le mostró el cuello palpitante con la herida casi cerrada para que le volviera a morder pero ella simplemente le besó y se la lamió. Dieron rienda suelta a su excitación revolcándose desde la cama hasta el suelo. Con movimientos furiosos ella se dejó poseer por ese chico,  para variar.





Anne tenía pensado robar sangre aquella misma noche, pues necesitaba quedarse unos días en la zona y no quería levantar sospechas. Él le había ofrecido comida de la que tenía comprada pero ella la rechazó, no soportaba aquel tipo de alimento, su metabolismo nada tenía que ver con el de los humanos. Era ya cerca de medianoche cuando llegaron en coche a la ciudad de Tarragona. Un conjunto de bloques de cemento agolpados sin demasiado orden, entre los que se podía distinguir el que ella había ido a buscar. Pararon en el hospital y ella se introdujo fugazmente en el enorme edificio en dirección a las neveras donde se guardaba la sangre. No necesitaba planos, la olía e intuía desde la distancia. Cogió una veintena de bolsas y las metió en varias neveras portátiles que se apilaban en el mismo almacén. Salió tan rápido como pudo para evitar levantar sospechas cargada como iba con las dos neveras y subió al coche, Franc la esperaba fuera con el motor encendido.
Buscaron un hotel céntrico en el que hospedarse los días siguientes y dejaron la sangre en la nevera de la habitación para que se mantuviera fresca. No le gustaba demasiado beber aquel líquido ahora ya frío y algo oxidado. Era como comida precocinada, ni mucho menos estaba fresca, le alimentaba igual pero no le parecía tan sabrosa a su paladar, y nada tenía que ver con la sensación de tener a su víctima en sus brazos y disfrutar de ella. En la tranquilidad y paz de la habitación, habiéndose procurado ya el alimento para unos días, Anne empezó a reflexionar sobre el verdadero motivo que la había hecho ir a esa ciudad.
Sabía que en Tarragona había más vampiros. Era el lugar ideal para ellos gracias a las ruinas romanas que inevitablemente resurgían en cada construcción. Catacumbas secretas a las que se accedía desde sótanos húmedos. La ciudad de Tarragona, bella, antigua y enigmática. Con mucho turismo ocasional y estacional, alimento perfecto del que disfrutar sin levantar sospechas. Anne sabía que algunos vampiros poderosos vivían integrados en aquella metrópolis nacida de la antigua Tarraco y ella estaba allí para conseguir un objeto de valor incalculable. Hacía años que estudiaba la procedencia del medallón de Valdiria: un amuleto que se creía destruido en las guerras entre los licántropos y los vampiros y que dotaba al que lo poseyera de un enorme poder, pues le alertaba mediante un zumbido vibrante de cualquier peligro inminente. Dicha joya se encontraba actualmente bajo la posesión de uno de los siervos de los vampiros más poderosos de aquella región: Devonshire, quien con más de mil quinientos años a sus espaldas tenía seguidores por todo el mundo, tantos como enemigos. Demasiados años de existencia sobre la tierra fácilmente generan tanto lo uno como lo otro. Por no decir que, en general, los vampiros se enriquecían fácilmente, tenían mucho poder y solían ocupar altos cargos en empresas, gobiernos y sociedades… No se dejaban ver demasiado, eran listos y sabios, de lo contrario no sobrevivirían a la maldición diurna que recaía sobre esa raza. Operaban en silencio, siempre a través de sus siervos. Se limitaban a tomar lo que querían, bien arrebatándolo o bien matando a su dueño si estaban hambrientos. Salvo por las peligrosas horas de sol, eran de lejos seres muy superiores a los humanos.
Anne no se movía por dinero, vivía con poco, casi como un animal; pero anhelaba el amuleto para su protección, especialmente de día cuando dormía. Tenía el sueño profundo, el corazón aletargaba su marcha sobrepasando prácticamente el dintel de la segunda muerte, la propia de los vampiros, en la que podría hibernar durante años.
Conocía la ubicación de la mansión del poseedor del amuleto mágico, a siete kilómetros de su hotel, escogido estratégicamente por ello. Tenía varios días para idear un plan, urgir el robo y materializarlo con ayuda de su nuevo siervo. No en vano se había hecho con alguien corpulento y de notable fuerza física.
Algunos vampiros, no todos, tenían poderes a destacar, en especial los más antiguos pues habían tenido mucho tiempo para desarrollarse y perfeccionar sus técnicas. Ella tardó un tiempo en descubrir y empezar a dominar el suyo propio. Podía visualizar en su mente lo que buscaba o a quien buscaba y detectaba su situación geográfica incluso a kilómetros de distancia. Por eso sabía siempre dónde había presas para cazar y alimentarse. Si consiguiese el amuleto estaría protegida y no resultaría tan vulnerable por el hecho de estar sola, la medalla sería un arma eficaz para asegurar su protección y supervivencia. En cierta ocasión se había planteado formar parte de alguna comunidad de vampiros, pero finalmente no optó por ese camino, los vampiros eran peligrosos y desconfiaba de ellos. En otros tiempos había tenido compañeros y compañeras de su misma especie con los que compartía sus noches y sus días. Algunos se habían ido, otros murieron. Los humanos no le duraban demasiado: cada vez que los tenía delante tenía que resistir la tentación de bebérselos, de tan apetitosos, palpitantes y vivos que le resultaban.
Anne dedicó el resto de la noche a trazar el plan que llevarían a cabo en tan sólo dos días. Cuanto menos tiempo estuvieran en esa ciudad, mejor. Era peligrosa, había en ella vampiros tan poderosos que con sólo verla sabrían de su condición, y prefería permanecer de momento en el anonimato. La mayoría de los vampiros estaban censados pero no localizados, se veían obligados a viajar para no levantar sospechas y nunca se quedaban demasiado tiempo en el mismo sitio. Solían tener varias propiedades en distintos países, o alquilaban diversas viviendas, y se ocupaban de sus negocios casi siempre desde la distancia, de forma remota.

Aquella misma noche, poco antes de la madrugada, Anne y Franc hicieron el amor varias veces salvajemente en la calle hasta quedar bañados en sudor. Él mejoraba sus prácticas sexuales a una velocidad sorprendente, había pasado de ser un amante mediocre a convertirse en uno de los mejores en sus últimos años. No se había equivocado con él: tenía buen ojo para los hombres aunque, con una buena maestra, no había lección que se resistiera.
Anne se rindió a sus encantos, dejándose llevar en el baile sexual hasta extasiarse mutuamente.
Al amanecer él no se encontraba muy bien, tenía sudores fríos. Ella le explicó que el mordisco de los vampiros era como una droga mortal y creaba por tanto dependencia, que su carencia le generaría tal malestar que inevitablemente le haría enloquecer de dolor. Él le tendió su brazo y lo acercó a su boca para que le mordiera. Ella lo besó e hincó sus puntiagudos dientes en la carne, bebió un único sorbo. Suficiente para calmarle pero no para enfermarle. Franc estaba irremediablemente ligado a ella para siempre, una vez mordido, necesitaba perpetuar aquella dulce dependencia de maltrato. Presentía que lejos se encontraría perdido y moriría de tristeza.


Capítulo 3:

Habían pasado varios días planeando la entrada en la casa que guardaba la medalla. Devonshire vivía en una mansión cerca de la montaña, en un lugar algo alejado del puerto; había que cruzar la Autovía del Mediterráneo por la N-240 para llegar a la casa. Desde el exterior parecía un mas, un caserío de campo; internamente estaba dotado de todos los adelantos en sistemas de vigilancia y comunicación. Les resultaría complicado el asalto. Anne había dibujado un plano de la mansión concentrándose durante horas hasta que lo hubo terminado. La reliquia estaba en una caja fuerte en el dormitorio principal de Devonshire. Para llegar a ella, debía atravesar el vestíbulo, subir por las escaleras y recorrer un largo pasadizo hasta la última habitación del fondo que daba al jardín. Otra opción era escalar por la pared exterior de la casa. Para Anne eso no suponía ningún problema, pero Franc era demasiado pesado, así que decidieron que cada uno iría por un camino distinto. Ella haría todo el trabajo y él se encargaría de distraer a los guardias en caso de que fuera necesario. Todavía no tenía claro si iba a poder abrir la caja fuerte a la fuerza, pero esperaba que no le resultase costoso. Llevaba un soplete y una sierra de batería como segunda opción. Además, había conseguido un uniforme del servicio para pasar desapercibida.
Era noche cerrada, Anne mantenía la calma pero él estaba muy nervioso, le daban miedo los monstruos que había en la mansión, ya que no dudarían en comérselo a bocados. Ella pensó que sería mejor que se quedara fuera de la casa.
― ¿Cómo sabré si tengo que subir? ― Preguntó el chico.
― Yo te lo diré. ― Al momento él sintió que la voz de ella penetraba en su mente: “sube”. Franc se quedó atónito ante la nueva sensación.
― ¡Guau! Nunca dejas de sorprenderme.
― Venga, cállate ya, que nos van a oír. A veces me olvido de que sois como niños. ― Le recriminó con desdén.
Habían aparcado cerca de la puerta pero a una distancia prudencial. Saltaron la tapia sin problemas y caminaron hacia la parte trasera de la casa, a la que tardaron unos diez minutos en llegar. Anne, que llevaba ya puesto el traje de servicio, le dijo que se escondiera en unos arbustos y que esperara. Agarró el pomo de la puerta trasera y lo rompió, sonó un chasquido y la puerta se abrió en silencio. No oyó ninguna alarma y el vigilante que recorría esa zona tardaría unos segundos en doblar la esquina. Lo esperó oculta desde lo alto, y en cuanto el hombre armado giró, ella lo agarró por arriba y le partió el cuello.
― Eres el primero de la noche pero no serás el último. ― Murmuró.
Anne escaló ágilmente hasta el alféizar de la ventana con movimientos que recordaban a los de un felino. La entrada estaba protegida por unos barrotes metálicos. Cogió aire y los agarró con ambas manos con la intención de abrir un hueco lo suficientemente grande como para que pasara su cabeza. Le costó, pero tras varios intentos el espacio fue cediendo. Cortó el vidrio con la punta de un diamante y con un golpe seco, el pedazo suelto quedó sujeto a la ventosa. Abrió la ventana pasando el brazo por el hueco y se escurrió en la habitación. Lo último que quería era hacer ruido. La caja fuerte estaba encastada en una columna, no tuvo problemas en visualizarla a pesar de estar oculta tras un cuadro con una pintura que mostraba el retrato de Giovani Arnolfini y su esposa embarazada, Anne desconocía su origen pero había desaparecido misteriosamente a finales del siglo XIX del Palacio Real de Madrid. Descolgó la pintura con cuidado y vio la puerta de la caja fuerte.
En los planos de diseño de la mansión habían ubicado el cubículo de la caja fuerte con la mayor exactitud posible. No era posible arrancarla porque estaba incrustada en un pilar estructural. Lo habían pensado bien; así que optó por forzar la puerta con sus propias manos.
Tras un segundo de reflexión, Anne optó por calentar un poco las bisagras con el soplete para facilitar el trabajo; no estaba segura de si serviría para algo, pero de todos modos no pensaba perder demasiado tiempo. Fue entonces cuando escuchó unas voces en el exterior de la habitación, acercándose, y se apresuró con el soplete. De repente sintió un dolor punzante en el pecho. Supo que algo le estaba pasando a su chico.
Franc, intranquilo como se sentía por lo que pudiera estar haciendo ella, aunque seguía agachado se había incorporado ligeramente para ampliar su campo de visión. Se dispuso a cambiar de posición pero, al girarse, una mano helada y potente le agarró por el cuello levantándole en volandas. No pudo gritar, sintió un dolor punzante en el pecho; su agresor le había clavado algo. Enseguida perdió el conocimiento.
― Mierda, ― pensó Anne. ― Ya le han pillado. Lo único que tenía que hacer era esperar. Maldito estúpido…
Agarró una bisagra con la mano zurda y el borde de la puerta con la diestra y estiró con toda su rabia. Consiguió su propósito, y cogió todo lo que había dentro: el amuleto y varios documentos.
Oyó como alguien asía el pomo de la puerta. Tenía que salir rápidamente de ahí. Saltó hacia la ventana y pasó por el agujero rozando el hombro izquierdo con el canto del vidrio. Sintió dolor pero sabía que se desvanecería enseguida: cicatrización inmediata.
Al principio pensó en poner primero a salvo la medalla y ocuparse luego de Franc. Seguramente lo torturarían para preguntarle quién era su dueña, y ella quería seguir estando en el anonimato. Cambió entonces de opinión y decidió prescindir de la documentación de la caja fuerte y simplemente colgarse la medalla al cuello. Tenía que ir a buscar al chico enseguida; en cuanto se dieran cuenta que alguien lo había mordido, empezarían a investigar y la buscarían por todas partes. Localizarían su ADN en la sangre de Franc o en el borde de la ventana y estaría fichada en busca y captura por los siglos de los siglos.
Cruzó de nuevo la puerta que había roto momentos antes, visualizó al chico en una habitación cercana. Sintió la presencia de cuatro vampiros más que estaban con él. Le pareció oir que le gritaban algo y presintió que lo estaban torturando; quizás incluso ya le habían cogido muestras de sangre para analizar. Confió en que no fuera demasiado tarde.
No podía entrar porque eran demasiados y seguro que más viejos y poderosos que ella. Quizás debía esperar a que se quedaran alguno de ellos solo dentro, o al menos en menor número. Sintió entonces una suave vibración que le quemó en el pecho, se llevó la mano hacia la zona sensibilizada y se topó con la medalla. Casi había olvidado que la llevaba al cuello. Se giró rápidamente con sus nueve sentidos vampíricos trabajando a la vez, una silueta se le aproximaba por la espalda. Su mano se dirigió como una lanza hacia el pecho del agresor, le penetró la carne sin encontrar apenas resistencia, le agarró el corazón mientras miraba a los ojos a su víctima: un siervo en estado de shock, y se lo arrancó sin vacilar. Lamió la sangre y sintió la presencia de la mente que lo controlaba en la habitación contigua, junto a Franc. Repuso el corazón en su sitio y lanzó por los aires el cadáver. Acto seguido se encaramó de un salto al techo mientras alguien abría la puerta, probablemente el vampiro dueño del tipo que acababa de matar. Sabía que la habitación contigua a donde estaban torturando a Franc tenía salida al exterior. Como una ráfaga de aire penetró en la habitación dirigiéndose hacia Franc, que estaba casi inconsciente atado a una silla y lo alzó para llevárselo consigo en su huída. Se giró en el aire para golpear con fuerza la pared, esperaba romperla y lo consiguió. Los vampiros la perseguían y no tenía claro qué hacer con Franc. El aire nocturno de la noche la golpeó y ella, agradecida, hundió sus dientes en el cuello de su chico: necesitaba la fuerza de la sangre para lograr velocidad. Sin dudarlo chupó notando el aumento de potencia en su musculatura. Sus perseguidores le pisaban los talones, pero no eran tan veloces como ella, ligera como una pluma. Ganó unos metros de ventaja y tiró el cuerpo de Franc, silla incluida, en una esquina esperando que sus rastreadores no lo vieran. Al liberarse de la carga levantó el vuelo y se escabulló entre los edificios. Más tarde recuperaría el coche, por el momento tenía que esconderse. Llegó al hotel cuando sólo faltaba una hora para el amanecer.
Miró la cama vacía y recordó el sabor de la sangre de Franc, deliciosa, se relamió los labios emulando su olor y recordando los buenos momentos. Fue bonito mientras duró, pensó, buscaré otro compañero. Éste me ha durado poco, debería seleccionar mejor porque nadie perdura más de una seman a mi lado: o le matan, o me lo como.
Una sonrisa sádica asomó a sus labios mientras pensaba en la muerte de su último chico. Desde que había vuelto inmortalizada al lugar de los vivos, no había sido capaz de amar y seguiría sin hacerlo. Era todo mucho más fácil; si quería algo, sólo tenía que cogerlo: usar, comer y tirar los restos.
Abrió el grifo y esperó a que saliera agua caliente. Decidió premiarse con una dosis de placer en solitario. El agua caliente atemperaba momentáneamente su temperatura corporal y relajaba sus músculos. El corazón se ralentizaba y permitía iniciar la fase de descanso más rápidamente.


Mantuvo los ojos cerrados mientras se enjabonaba, acariciándose todo el cuerpo; estaba contenta por haber conseguido lo que quería y porque el medallón le había salvado la vida una primera vez. La próxima noche traería el coche de vuelta antes de que nadie se despertara en la mansión de Devonshire y enterraría el cadáver.